domingo, 2 de noviembre de 2008

01

No era el lugar que ella había imaginado. Todavía hacia algo de calor y su pelo casi a mitad de la espalda y aquellos pantalones vaqueros no ayudaban mucho a soportar los casi cuarenta grados de temperatura. Apenas acababa de llegar y algo en su interior le decía que no quería permanecer allí. Había tenido casi tres meses para hacerse a la idea y de hecho estaba allí por decisión propia, pero le dolía demasiado tener que dejar atrás toda su vida. Para bien o para mal, todo lo que conocía, todo lo que quería, había quedado irremediablemente desplazado a unos centenares de kilómetros. No sabía muy bien cómo iba a empezar de cero e ignoraba si iba a tener fuerzas simplemente para intentarlo.

Ni siquiera había cumplido los dieciocho años de edad y estaba lejos de casa, lejos de sus amigos, lejos de su familia, y no pasaba precisamente por su mejor momento. Era sin duda una chica muy especial, cuya filosofía de la vida todavía nadie había llegado a comprender, de hecho, creo que incluso ella misma desconocía o ignoraba que tenía una forma de pensar demasiado peculiar.
Su nombre no es algo que importe demasiado. Con frecuencia las personas dan excesiva importancia a detalles de tan pequeña índole, y no puedo negar que yo misma fue lo primero que quise saber acerca de ella el día en que la conocí. Al fin y al cabo iba a pasar muchas horas a su lado, íbamos a dormir separadas apenas un metro e incluso íbamos a lavarnos los dientes sobre el mismo lavabo. Que menos que un sustantivo propio con el que poder identificarla unívocamente.

Todavía recuerdo su gran sonrisa al entrar por la puerta cargada con sus innumerables maletas. Era alta. Considerando que se trataba de una chica, algo más de un metro setenta era realmente una altura considerable. Como ya he dicho anteriormente el pelo le llegaba casi a mitad de la espalda, cuidadosamente peinado hacia atrás, excepto un flequillo cortado a la perfección que le tapaba casi por completo el ojo derecho. Era una chica delgada y como ella misma se hubiese descrito era una persona normal. Pero lo cierto es que había algo en ella que llamaba la atención, quizás fuera su tono de voz o puede que su mirada, aun no he logrado saberlo. De lo que no tenia ninguna duda era de que iba a ser una buena compañera, aunque en ningún momento llegue a imaginar que aprendería tanto de ella.

-Hola, me llamo Sofía, pero todo el mundo me llama Sofi.

-Encantada, yo soy Susana. Y bueno, ella es mi madre, María.

-Encantada. Este es mi hermano, Pablo. Mis padres estaban algo ocupados para venir a traerme. No lo entiendo, pierden una hija y ni siquiera se dignan a venir a ver el lugar donde van a dejar que viva al menos un año. ¡Es indignante!

Aquello inevitablemente me arranco una sonrisa. Eran algo mas de las cinco y por alguna razón que escapa a nuestro entendimiento el aire acondicionado brillaba por su ausencia. A pesar de toda la seguridad que intentaba mostrar había algo en su rostro que decía que ocultaba algo que no quería mostrar a nadie, como si el hecho de cambiar de ciudad hubiese sido para ella la oportunidad perfecta para cambiar de vida, para mudar la piel, para olvidar todo lo que dejaba atrás

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