domingo, 31 de agosto de 2008

La voluntad como fundamento.Introduccion a la etica


Se dice que el joven Séneca tuvo que defender como abogado novicio a un par de huérfanos. La madre, sumamente rica, dejo al odioso padrastro la administración de su fortuna con la única obligación de dar a sus hijos cuando el muriera “lo que el quisiese”.
A la muerte de la madre, el padrastro desheredo, como era previsible, a los niños y Séneca hubo que recurrir ante los tribunales en contra de él ateniéndose a la literalidad del testamento.
En efecto, la última voluntad de la difunta estipulaba que el padrastro debía dar a los huérfanos “lo que el quisiese”; así amparado, el cruel heredero se negó a darles nada. Pero Séneca argumento que lo que el padrastro quería era sin duda, la riqueza toda de la difunta; y puesto que eso era lo que quería, eso era lo que según el testamento debía entregar a los huérfanos. Como lo quería todo, debía perderlo todo; así estaba literalmente establecido en el documento legal.
Desde un punto de vista jurídico, la triquiñuela no parece bastante sostenible, ni en la roma de Séneca ni en ninguna parte. Pero como fenomenología del querer, la parábola es válida. Lo que quiero es lo que pierdo: lo quiero porque lo pierdo, lo pierdo porque lo quiero. El furor del querer no puede ser obturado, aquietado, por ninguna cosa, por ningún proyecto, por ninguna identidad. La cosa es lo que es, no difiere de sí misma; el querer consiste precisamente en ser lo que no se es, en aspirar a ser, negando lo que se es. Lo que quiero, lo quiero como perdido, como ausente: lo quiero como posible; el objeto conseguido es el objeto definitivamente perdido, pues de el desaparece la posibilidad que el querer abría en su necesidad idéntica.
Querer es querer ser: querer ser del todo y el todo.
En la plenitud y la totalidad busca el querer su aniquilamiento, su aquietamiento definitivo. Pero en esa aspiración insaciable todas las formas de ser y todos los seres van perdiéndose, abismándose irremediablemente. El querer infinito, descubre que todo es finitud, que ninguna identidad reificada conserva la tensión de lo posible que el querer implanta, salvo como objeto perdido, como ausencia irrevocable.
Niega asi el querer su identidad como cosa alguna, el querer quiere las cosas, pero no quiere ser ninguna cosa, salvo esa cosa posible, esa cosa ausente y venidera que aun no es idéntica definitivamente a si misma y por tanto todavía no es cosa del todo. Quererlo todo para irlo perdiendo mejor todo, salvo el inquietable corazón que quiere y quiere.

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