martes, 15 de julio de 2008

Extracto de LAS INTERMITENCIAS DE LA MUERTE


Erase una vez, en el antiguo pais de las fabulas, una familia integrada por un padre, una madre, un abuelo que era el padre del padre y el ya mencionado niño de ocho años, un muchachito. Sucedia que el abuelo ya tenia mucha edad, por eso le temblaban las manos y se le caia la comida de la boca cuando estaban en la mesa, lo que causaba gran irritacion al hijo y a la nuera, siempre diciendole que tuviera cuidado con lo que hacia, pero el pobre viejo, por mas que quisiera, nunca conseguia contener los temblores, peor aun si le regañaban, el resultado era que siempre manchaba el mantel o el suelo al dejar caer la comida, por no hablar de la servilleta que le ataban al cuello y era necesario cambiarla tres veces al dia. en el desayuno, en el almuerzo y a la cena. Estaban las cosas asi y sin ninguna expectativa de mejoria cuando el hijo decidio acabar con la desagradable situacion. Aparecio en casa con un cuenco de madera y le dijo al padre, A partir de ahora comera aqui, sentado en el patio que es mas facil de limpiar para que su nuera no tenga que estarse preocupando de tantos manteles y tantas servilletas sucias. Y asi fue. Desayuno, almuerzo y cena, el viejo sentado solo en el patio, llevandose la comida a la boca conforme era posible, la mitad se le perdia en el camino, una parte de la otra mitad se le caia por la boca abajo, no era mucho lo que se deslizaba por lo que el vulgo llama canal de la sopa. Al nieto no parecia importarle el feo tratamiento que le estaban dando al abuelo, lo miraba, luego miraba al padre y a la madre y seguia comiendo como si nada tuviera que ver con el asunto. Hasta que una tarde, al regresar del trabajo, el padre vio al hijo travajando con una navaja un trozo de madera y creyo que, comoera normal en esas epocas remotas, estaria tallando un juguete con sus propias manos. Al dia siguiente sei embargo, se dio cuenta de que no se trataba de un carro, por lo menos no se veia el sitio donde se le pudieran encajar las ruedas, y entonces pregunto, Que estas haciendo. El niño fingio que no habia oido y siguio excavando en la madera con la punta de la navaja, esto paso en el tiempo en que los padres eran menos asustadizos y no corrian a quitar de las manos de los hijos un instrumento de tanta utilidad para la fabricacion de juguetes. No me has oido, que estas haciendo con ese palo, volvio a preguntar el padre, y el hijo, sin levantar la vista de la operacion, respondio, Estoy haciendo un cuenco para cuando seas viejo y te tiemblen las manos, para cuando tengas que comer en el patio como el abuelo. FUeron palabras santas. Se cayeron las escamas de los ojos del padre, vio la verdad y la luz, y en el mismo instante fue a pedirle perdon al progenitor y cuando llego la hora de la cena, con sus propias manos lo ayudo a sentarse en la silla, con sus propias manos le acerco la cuchara a la boca, con sus propias manos le limpio suavemente la barbilla, porque todavia podia hacerlo y su querido padre ya no. De lo que pasara despues no hay señal en la historia, pero de ciencia muy cierta sabemos que si es verdad que el trabajo del muchachito se quedoo a la mitad, tambien es verdad que el trozo de madera sique por ahi. Nadie lo quiso quemar o tirar, ya sea para que la leccion de ejemplo no cayera en el olvido, o por si se diera el caso de que alguien decidiera terminar la obra, eventualidad no del todo imposible de producirse si tenemos en cuenta la enorme capacidad de supervivencia de los dichos lados oscuros de la naturaleza humana. Como alguien dijo, todo lo que pueda suceder, sucedera, es una mera cuestion de tiempo, y, si no llegamos a verlo mientras anduvimos por aqui, seria porque no vivimos lo suficiente. En cualquier caso, y para que no se nos acuse de pintar siempre con las pinturas de la parte izquierda de la paleta, hay quien admite la posibilidad de la adaptacion del amable cuento a la television, tras haberlo recogido un periodico, sacudidas las telarañas, de los polvorientos estantes de la memoria colectiva, pueda contribuir a que regeresen a las quebrantadas conciencias de las familias el culto o el cultivo de los incorporeos valores de espiritualidad de que la sociedad se nutria en el pasado, cuando el materialismo que hoy impera no se habia enseñoreado de voluntades que imaginabamos fuertes y al final eran la propia e incansable imagen de una aflictiva debilidad moral. Conservemos no obstante la esperanza. En el momento en el que el muchachito aparezca en la pantalla, podemos estar seguros de que la mitad de la poblacion del pais correra a buscar un pañuelo para enjugar las lagrimas, y de que la otra mitad, tal vez de temperamento estoico, las dejara correr por la cara, en silencio, para que se observe mejor como el remordimiento por el mal hecho o consentido no es siempre una palabra vana.

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