viernes, 15 de enero de 2010

Como un pequeño pajarito


Erase una vez, en un tiempo remoto, un pajarito…bueno, contra todo tópico mejor una pajarita, si, una pequeña pajarita que vivía enamorada.
Si, enamorada, y como se sentía impotente por no ser correspondida, todas las mañanas hacia lo que mejor se le daba. Iba a su ventana y le cantaba en cuanto abría los ojos. El al verla allí colocada con el pico inclinado unos 45 grados con respecto a la horizontal, simplemente sonreía.
Sonreía, pues le parecía una agradable ironía el hecho de encontrar todas las mañanas al mismo pajarito posado en el alfeizar de su ventana. Le encantaba escuchar aquel sonido o aquella melodía mientras se preparaba para ir a desayunar, cuando aún era de noche.
Al principio no reparó en ella, pero poco a poco se fue encariñando, hasta que al final acabo ofreciéndole diariamente su ración de pan mojado en leche. Le acariciaba su pequeña cabecita e incluso llegó a fabricarle un nido donde los días de lluvia ella se acurrucaba.
Resultaba curioso cómo sin darse cuenta le fue cogiendo cariño al pequeño pajarito, había días en los que se sentía bien cuando la veía, incluso hablaba con ella porque en el fondo descubrió que le gusta. Otros días sin embargo, no le prestaba la más mínima atención.
Pero la pequeña pajarita seguía volando todas las mañanas con la esperanza de que ese día fuese uno de los que él le dedicaba horas.
Pero un día no voló, no se poso en aquel alféizar calizo, desgastado por el agua de lluvia, no cantó, ningún gorgorito salió de su diminuta garganta. En un principio él se extrañó, pero cuando vio que el segundo día tampoco voló a su ventana, ni tampoco lo hizo el tercero ni el cuarto, empezó a preocuparse. No tardó mucho en entender que no volvería y no pudo evitar sentirse triste. Si, era un simple y pequeño pajarillo, pero la iba a echar de menos, iba a añorar su suave y agradable compañía.
Ha sobrevolado tu ventana en muchas ocasiones, se ha posado en ella otras tantas, mientras dormías, y nunca se ha cansado. Seguirá haciéndolo día tras día, esperando poder volver siempre al día siguiente, porque aunque tu ni siquiera te hayas dado cuenta, ella es feliz así, no le importa no recibir el mismo cariño que ella derrama en sus vuelos al alba.

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